Emblema Yacente Zamora
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El Ví­a Crucis Bí­blico

Con el Concilio Vaticano II se abrió una nueva etapa en la historia moderna de la Iglesia en el siglo XX. Entre las muchas aportaciones que ya se venían gestando, la encíclica Dei Verbum profundizó en el sentido que tiene la Palabra de Dios en la vida de los cristianos, de  tal manera que ya no era la Palabra algo propio de una élite sino de todo el Pueblo de Dios. Los movimientos bíblicos y los estudios teológicos  diseñaron un nuevo planteamiento para hacer más comprensible los textos puesto que hasta entonces el lenguaje que se había utilizado en la liturgia había sido el latín.

Por otra parte,  los fieles laicos han ido tomando más protagonismo en la vida de la Iglesia desde su condición de bautizados pasando de un concepto de Iglesia más centrado en la jerarquía a una Iglesia más comunitaria basada en la corresponsabilidad y en la participación en la misión desde la vocación propia de cada uno.

Y sin duda, la predicación que giraba en torno a la doctrina y la moral católicas se centró más en ofrecer desde la Palabra, una reflexión que partiendo del  Evangelio interpelase al creyente llamado a construir el Reino de Dios siguiendo el estilo de vida de Jesús.

En este contexto eclesial, las aportaciones bíblicas a la piedad cristiana han sido notables. En el caso de la devoción del  Vía crucis que nos ocupa, se introdujeron en la meditación de cada una de las estaciones un breve pasaje bíblico alusivo; incluso se puede observar que alguna de las mismas no tiene una referencia bíblica como la estación VI(La Verónica enjuga el rostro de Jesús) e incluso se añade la posibilidad de añadir una 15ª estación en referencia a la Resurrección como detalle que intenta ofrecer más claramente que no todo acaba en el sepulcro sabiendo que ya en sí mismo el sepulcro es signo de esperanza, puesto que allí no encontraron ningún cuerpo(Mc 16,6;Mt 28,5;Lc 24,6;Jn 20,6-9).

Las consideraciones que se efectúan ya no tienen un carácter moralista (donde incluso se enfatizaba con un lenguaje dramático el sentido del pecado o un sentido de la culpabilidad exacerbado). Todo ello era propio de un lenguaje de aquel tiempo hoy renovado, puesto que las meditaciones, por ejemplo en el  Vía Crucis de Juan Pablo II, son de una riqueza cristológica extraordinaria que parte de la realidad y anima el corazón del creyente para  seguir los pasos del Señor.  Teniendo en cuenta también que los destinatarios del  Vía  Crucis que la Hermandad Penitencial  rezaba era sólo para varones. Y hoy son muchas mujeres  y familiares de los Hermanos quienes nos  acompañan  en Santa María en un gesto de fraternidad y de apertura que hace que la Hermandad se enriquezca.

Siempre quedarán los recuerdos y las nostalgias, pero las tradiciones y devociones que han servido hasta el de hoy, se han de valorar en su justos términos para que la historia de nuestra Hermandad se siga construyendo y respondiendo a las inquietudes de las nuevas generaciones.  El Vía Crucis como camino de la Pasión tiene su meta y sentido cuando se descubre que la Vida pasa por la Muerte, que la injusticia será vencida por la Justicia, que la Esperanza es más fuerte que el pesimismo. No creemos en un dios de madera que no puede salvar sino en el Hijo de Dios, el Señor, Muerto y Resucitado para darnos la Vida Eterna.