Según la tradición esta costumbre empezó en Jerusalén, escenario original de la Pasión, ya que desde los primeros momentos, ciertos lugares de la Vía Dolorosa, fueron reverencialmente señalados, e incluso se afirma que la propia Virgen María acudía a ellos a orar. Hacer en esos lugares las estaciones se convirtió en meta de los peregrinos que allí llegaban, desde todos los puntos de la cristiandad.
Su difusión posterior por Europa, está relacionada con los Franciscanos, ya que a ellos se les encomendó la custodia de los lugares más preciados de Tierra Santa. Ya que muchos peregrinos no podían llegar allí por lo peligroso del viaje, surgió la necesidad de representar tan sagrado escenario en lugares más seguros, ya en territorio cristiano. En 1686, el papa Inocencio XI concedió a los Franciscanos el derecho a erigir estaciones en sus iglesias conventuales, para así obtener dichos frailes las mismas indulgencias que si realizasen sus oraciones en Tierra Santa. En 1726, Benedicto XIII extendió tal privilegio a todos los fieles, y en 1731, Clemente XII, lo hace extensible a todos los templos, siempre y cuando las estaciones las erigiese un franciscano, a la vez que fijó el número de estaciones en 14.
Su rezo se puede hacer todo el año, pero son especialmente significativos en Cuaresma. Cada Viernes Santo, el Papa, dirige las estaciones desde el Coliseo Romano, en memoria de los primeros mártires, siendo este el de mayor difusión y repercusión.
En la actualidad, las primitivas representaciones, que colgaban de los muros de los templos, se han sustituido por simples números romanos, que marcan la posición de cada escena en el rezo.
La Hermandad Penitencial de Jesús Yacente, desde su fundación, organiza cada viernes de Cuaresma, el rezo del Vía Crucis. Y desde 1946 lo hace con una oración propia, redactada por el sacerdote D. Antonio Alonso, primer Hermano Mayor de la misma. En la actualidad se alterna su rezo con el texto elaborado en 1991 por el Papa Juan Pablo II.
En los primeros años de la Hermandad era obligatoria la asistencia de los hermanos vistiendo túnica, faja y hachón con su vela correspondiente, como así se recogía en el articulo vigésimo de los estatutos originales, que indicaba así mismo el modo y orden de la oración: “Los cuatro Viernes de Cuaresma se celebrará a las siete y media de la noche el ejercicio del Vía Crucis, obligatorio para todos los hermanos. Los hermanos vestirán la túnica blanca y la faja morada, medallón y hachón encendido, y se colocaran en una fila alrededor de la iglesia, arrodillándose cuando lo haga el sacerdote que dirigirá los ejercicios, quien irá acompañado de los dos mayordomos con hachas encendidas y detrás de ellos el Hermano Mayor, con la Cruz de los luceros, acompañado de los Hermanos Ministro y Notario”.
Hoy día las diferencias son notables: ya no existe la obligatoriedad tan estricta de asistencia ni se viste la túnica. Ahora pueden asistir mujeres, pues en los primeros años solo era para los varones. El capellán continua dirigiendo la oración, pero tanto el Hermano Mayor, como el Notario y el Ministro permanecen quietos en sus bancos, junto al resto de los hermanos y fieles que asisten al rezo. La cruz guía, o de los luceros continúa acompañando al capellán, situándose delante de cada estación. Pero lo que realmente ha cambiado es la asistencia a dicho acto: si en los primeros años era masiva, hoy son pocos los hermanos que se acercan a la iglesia cada viernes de cuaresma, siendo suplida su ausencia por numerosos fieles zamoranos y familiares que nos acompañan cada noche.